El porqué del miedo

Aquí está el quid de la cuestión. Los padres han protegido tanto a sus hijos, han querido allanarles tanto el camino, que no han hecho sino poner barreras a su evolución. Han olvidado que valerse por uno mismo y dotarse de la capacidad de afrontar las dudas, los problemas y las dificultades, sólo se aprende desde una autonomía de opinión y de acción, que debe irse construyendo con el transcurso de los años. Los jóvenes han de ir generando sus propios recursos, experimentando sus capacidades y comprobando que los errores son oportunidades de aprendizaje para crear respuestas más eficaces y adecuadas. Un joven que ignora sus capacidades tenderá a ser inseguro y temeroso, a manifestar dependencia de las personas que le han ayudado a resolver sus problemas. Una cosa es ayudar a los hijos y otra, bien distinta, realizar tareas y adoptar decisiones que les corresponden a ellos. El efecto de esta equivocada actitud es evidente: no se emanciparán, tardarán más en madurar y asumir las competencias que les corresponden, e incluso podrían aferrarse a esa niñez (prolongada inconscientemente por los padres) tan placentera y exenta de responsabilidades. En suma, se frenará el difícil camino hacia su autonomía como seres pensantes, libres y responsables. Además, se les puede crear un alto nivel de exigencia hacia los demás y una tendencia a la vida fácil y sin problemas, lo que propicia una escasa tolerancia al fracaso, a la disciplina y al esfuerzo.
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